Entre el agua y el aceite esta el temple, la medida que surge de la rebeldía ante la desmesura y la excesiva mesura. Las fuerzas antinómicas se combaten mutuamente. El verdadero valor está en el límite de los deseos. Este, como una fuerza inmanente, desciende al plano real por la pasión, pero esta pasión no es puro desbordamiento de una tensión acumulada en un descendimiento estrepitoso, como el de la cascada. La pasión también encuentra su medida, o su límite en el encauzamiento de su flujo, y acto seguido de la caída libre en el aire y por el aire, se estrella nuevamente con la tierra, que vuelve a serenar su desplazamiento. Los momentos del éxtasis, como los de la exaltación, se atemperan por los límites de la pasión misma, que para trascender se mantiene vinculada a su origen material. El desbordamiento es la desmesura y conlleva autodestrucción, al igual que la restricción puede ser autocensura y no dominio del deseo. Desear es una fuerza positiva, pero si se quiere que esta fuerza no sea mero impulso a la acción incontinente, precisa de los límites del propio deseo, que no son otros que los de otro deseo que lo limita. Como en las imágenes orientales de su filosofía, el lago extasiante y vivificante, posee unos límites que lo circundan, como la montaña tampoco puede ascender ilimitadamente hacia el cielo.
El valor del límite está en la acción decidida templada por la penetración de lo posible en el presente. Esta limitación temporal proporciona el avance que no precisa de rectificaciones. Solo se avanza hasta donde es dado avanzar, apresurarse en la acción constituye una ceguera de la pasión desbordada por un ansia irrefrenable, que no es verdadera pasión ni verdadera conquista, ya que no es duradera y se extingue anulándose a sí misma. Como el fuego y el agua, que juntos vivifican toda existencia, cuando uno excede al otro, se combaten mutuamente hasta la extinción.
Los valores de límite y medida no son valores fijos aún cuando hacen posible la fijación de las formas de lo posible. La relatividad los libera del absoluto al que le hacen dirigirse las tendencias totalitarias en la pretendida unidad universal, por otra parte demostradas imposibles en la política, aún cuando tengan un sustento racional en la ideología y el pensamiento, y pospuesta en la religión. El valor de la rebeldía encuentra en la lucha constante por diluir las antinomias, el valor del límite, y este límite expuesto a la relatividad del tiempo presente. Es el aquí y ahora no como imposición, sino como oportunidad en lo posible que prepara lo venidero. Toda acción pospuesta corre el riesgo de perder la oportunidad, si llegado el momento de la acción, lo elude. Pero toda acción impuesta tan solo hace que lo real se someta a la voluntad, justificada o no en determinado proyecto, sin tener en cuenta las condiciones que operan en toda situación. Sin este condicionamiento aceptado e introducido en el proceso, toda acción se verá avocada al fracaso y tendrá que retroceder al estado anterior.
En lo común asistimos constantemente a una política de hechos consumados donde se amontonan errores de imposible reparación, pero que son asumidos en el proceso histórico y constituyen su herencia. Así las acciones tienen el débito de los errores, intencionados, o no, anteriores y hallan la complacencia de los nuevos errores que se justifican por los anteriores. Esta es la inercia de la historia en su proceso de fines y medios justificados.
En la creación, ni el proyecto, ni el proceso, pueden desatender al qué y al cómo, prescindir de las metas y justificar los medios y los fines, o será tan solo producción de medios y objetos. El qué y el cómo son los extremos en el arco de Nietzsche, ellos procuran la tensión debida a la cuerda para lanzar la flecha. ¿A dónde apuntar la flecha? La respuesta es una constante rebeldía ante la injusticia e el sufrimiento, no en lo metafísico, muertos dios y el diablo, sino en la generosidad de dar y recibir amor y en el rechazo del mal en la justicia del derecho.
Darlo todo al presente para dar al tiempo una oportunidad de futuro. Por eso en el proceso creativo se da todo en cada momento. Son totalidades enlazadas por el proceso, y no se puede dejar o aplazar en el tiempo por condescendencia a los fines, sino por entrega a la obra. Un dar todo en cada momento de la acción. Esto es entrega sin tregua, pura rebeldía, amor apasionado y penetración fecunda. Nada calculado en la abstracción idealista, sino puro descendimiento a la naturaleza y a la carne en donde quedan desterrados dios y el diablo, pero sobre todo el dios hombre que los sustituye. La alegría tiene siempre un poso de amargura, porque nace del dolor y del llanto, pero es a la vez la luz refulgente de las lágrimas y la sangre derramadas que mantienen la lucha en la dirección de la flecha. Hay pues un sentido en el interior del caos y la incertidumbre que recoge sus principios para desarrollar desde ellos las posibilidades de la forma y de la creación, en cuyo corazón se encuentra el amor, que es la fuerza que se fecunda en las obras.
La meta, el qué, está en el origen y desde ése origen, materia y energía son transfigurados por la pasión creativa, donde el cómo es el resultado en la forma de la pasión, que es la obra. Las metas no están pues en el fin aplazado sino en el aquí y ahora, impresas desde el inicio y desde el interior de la forma que es su fuerza interior. La forma exterior es una consecuencia por el cómo se ha manifestado, al cual está unido y por el que cobra su expresión visible. No hay diseño previo, ni ideas apriorísticas, sino un vacío en el que penetra la forma, a partir de la cual ella misma se expresa sin coacción, sin prejuicios, pero en los límites de su cantidad y cualidades. Esto es arte y lleva en su seno el espíritu libre, que compromete sus actos, no en el bien hacer, o el mal hacer, según un diseño conceptual, sino en la entrega incondicional a todo bien que suponga un aumento en la tarea eterna de dar y recibir alimento material y espiritual en el presente cotidiano.
Toda abstracción utópica que no sitúa las metas en el presente, está avocada al fracaso, y aunque el fracaso no es un error, este no es lo peor, sino el manejo de las utopías por quienes controlan tiempo y espacio.
En el proceso creativo, en la acción creativa, concebir la obra perfecta, solo es soñarla, pero alcanzarla en el sueño significa la parálisis del descenso espiritual, porque lo que en la imaginación no tiene límites, en la materialización plástica si los tiene. Detener la acción por la coacción de los limites, es tanto una falta de imaginación como una ceguera. Un absurdo sin conciencia del absurdo. Y al contrario o a la inversa, actuar por actuar, es unirse a un movimiento sin las fuerzas que lo producen. La alegría y la tristeza son sentimientos tanto más profundos cuanto más nos comprometen, y así el dolor y el placer son más reales en la medida en que son experiencias conscientes.
El dolor sin objeto, como el placer sin objeto son resonancias de una experiencia inconsciente, inmersa en el devenir y ajena al tiempo. Una consciencia total es tan poco reveladora como el automatismo de la máquina. Podemos seguir las gotas de agua de forma independiente solo durante un espacio de tiempo, mantenerse unido a éste movimiento es autismo. La consciencia es parcial y tiende a la visión de conjunto. En el inconsciente quedan impresas mayor número de experiencias, y en un momento aislado espacial y temporalmente emerge la experiencia sentida. Sabemos antes de saber, aún cuando nuestra experiencia en el saber es siempre incompleta y parcial. El saber no tiene una forma teórica. El ciclo del conocer pasa por estadios en donde la acción, la reflexión, la práctica de nuevas hipótesis, y la teoría sobre la práctica pertenecen a ciclos que necesitan sus propios procesos, es decir, de la inclusión del tiempo en el tiempo del proceso. Que no haya un fin prefigurado para que la libertad sea una posibilidad, no significa que el acto no tenga sentido u orientación, es simplemente un intento de que las acciones no estén determinadas sino por el principio de libertad, que lleva implícito la determinación por la decisión en la elección. El fin es, como se ha dicho, la obra, pero la obra no es algo pospuesto en el tiempo, sino que se realiza por el proceso desde el mismo inicio, o incluso antes de su inicio, cuando se ha creado el suficiente vacío como para que la forma penetre y llene potencialmente nuestras acciones. La obra no se conoce, pero se anticipa, y su imagen no se muestra, sino como consecuencia de la inspiración que hagamos de su forma. Cuanto mayor capacidad tengamos, no para fijar la imagen en la memoria, sino para permitir que la forma que intentamos mostrar, penetre más y más en nuestro espacio interior en los niveles conscientes e inconscientes y sobre todo emocional a través de la experiencia sentida, esta dejará una huella, que sin desgaste de energía mental, sino por simple evocación, la forma se mostrará a través de las acciones plásticas intuitiva e instintivamente.
Los bocetos o bosquejos, son acercamientos periféricos, u obras suficientes en la evocación de la forma. Si son esto último, es que ya el boceto responde desde el interior de la forma en un como ajustado en los límites de sus posibilidades. Si son acercamientos periféricos, tan solo son apuntes de información y deben ser tomados solo como ejercicios prácticos que consolidan más la forma al intervenir no solo el pensamiento, sino la acción recíproca de ambos.
Lo único que se acota es el tema, que a su vez puede ser el qué, pero el tema por sí mismo no es suficiente para expresar la forma, a este qué o idea visual, se le añade la inspiración de la misma y también al actuar se hace mediante modulaciones en la gestualidad, un cómo surgido de la emoción y de la pasión. Cuándo se está abierto al flujo emocional y se incorpora a la acción, se produce ésa fusión que hace que la imagen que surge tenga credibilidad, unidad, una vida interior que se percibe con todos los sentidos.
Cuando los límites son percibidos como una coacción con una concepción apriorística e ideal, tendente a un absoluto metafísico, no se está en condiciones de poder actuar como mediador para la creación, no podemos ser el instrumento de su música. Pero cuando en los límites entendemos la posibilidad del ser de la forma, entonces estamos en condiciones de fijar alguno de sus aspectos, incluso con una unidad interna que haga del mismo un mínimo suficiente y un máximo posible.
Con la pintura es difícil perderse, sino tan solo encontrarse. Si te pierdes en ella es solo porque crees saberte encontrado y esto es un cálculo de certezas, no principio de incertidumbre. Lo que se encuentra es siempre desconocido, pero lo paradójico del encuentro, es que es un encuentro con lo que eres. Negar esto, es negar la única certeza de la que disponemos, aunque la desconozcamos.
El proceso creativo es fluido cuando se supera este miedo a ver la faz de lo que somos y requiere de esa pequeña gran humildad necesaria para su desarrollo. La forma bella está siempre atenazando y sometiendo nuestros deseos y los llena de prejuicios, como la esperanza de encontrar siempre la dicha en el porvenir. Cuando la derrota es lo que acontece, esta es parte del proceso y es tan necesaria como el éxito. Huir del fracaso es tanto como conducirse ciegamente hacia el éxito, suprimiendo la antinomia, polarizando en una de las partes en detrimento de la otra.
El individualismo romántico es burgués y acomodaticio en la apariencia. Prescinde de lo ajeno sin encontrar las semejanzas de las partes por el temor a perder determinados privilegios. Pero también el racionalismo nihilista que otorga al hombre la posibilidad de ser un dios y por tanto de elaborar un proyecto común para todos los hombres, es excluyente o les convierte en siervos de una nueva causa trascendente. La libertad de todos se convierte en la esclavitud de todos y la libertad individual necesita prescindir de lo común para realizarse. Esta controversia entre lo privado y lo público, es desde la revolución francesa y el advenimiento del pensamiento nihilista causa de un conflicto de intereses que llega hasta nuestros días. La libertad es valor para ambos, aunque concebida de forma distinta.
En la creación artística, la libertad no es lucha de intereses, y aunque es una conquista histórica para el arte y ofrece al artista la elección de sus temas tanto como de sus expresiones, solo es contradictoria con lo privado o lo público cuando es rebelde en la necesidad de emanciparse de ambos ámbitos, o de mostrar las injusticias de cada uno de ellos. La antinomia justicia y libertad, igualdad y diferencia, están en los ámbitos de lo social, que abarca a todos los individuos, en constante rivalidad y lucha de intereses partidistas. Mientras que el arte, que tiene a la rebeldía como consecuencia de la necesidad de expresarse plena y libremente, responde en cada momento a ésa necesidad sin intereses partidistas, logrando con ello situarse en el lugar que le permite ser y hacer sin sometimiento, mostrar y denunciar sin ataduras, y ofrecer de esta suerte el otro pan necesario a la persona, su recreo y el conocimiento propio.
Es cierto que como actividad humana no está ajena a las luchas de poder y de intereses. En cualquiera de las formas del estado donde se realice. La unión en el arte de ética y estética, que es la estética de las formas, consigue tarde o temprano emanciparse de cualquier fuerza que se proponga doblegarlo a un interés, a un fin concreto o una meta que no sea la suya propia. La moral en el arte es su innata rebeldía, bien por espontaneidad como en el arte primigenio, bien por necesidades de expresión, que aún adaptándose a determinados condicionantes, sabe hallar la forma de transmitir singularidades y manifestarse. Pero la rebeldía histórica es un fenómeno moderno, y en las postrimerías de esta era moderna también puede ser una impostura, un valor añadido que se le pide a la obra por el propio mercado del arte, ser artista conlleva la bohemia o la rebeldía. El arte y su necesidad implícita es lo que convierte al artista en bohemio o rebelde o cualquier tipo que responda a ésa necesidad, Si el artista consigue la aceptación y el reconocimiento público, su individualismo es aceptado y ensalzado y deja de entrar en conflicto con lo público, más aún, si ése reconocimiento conlleva movimiento de capitales o produce bienes económicos, su rebeldía es aceptada dentro de los límites de la cantidad. Frente a esta deformación producida por la personalización del genio, la respuesta en el interior del propio arte no se hace esperar y se encuentran pronto las nuevas formas de rebeldía y emancipación. Las observaciones en torno al qué y el cómo los considera como factores determinantes en los procesos creativos y la manera de abordarlos da la imagen del arte, tanto más nueva cuanto más libre y más libre cuanto que en los procesos creativos se abandone todo servilismo a la idea o al concepto y se aborden las formas desde la forma inspirada. El proceso creativo responde en cada momento a la necesidad y adaptando el qué y el cómo a las condiciones de lo posible, lo real y manifiesto. La necesidad es tanto individual como colectiva eliminando así el conflicto entre lo público y lo privado.